Por Sofia Scasserra

Hace tiempo ya que se escucha hablar sobre el Bitcoin, las criptomonedas y el blockchain. Al principio parecía un debate entre nerds, luego un debate financiero, pero poco a poco este instrumento va ganando lugar y cada vez más empieza a ser necesario un análisis del fenómeno desde las ciencias sociales a fin de prestar un debate que parece cerrado para personas especialistas en tecnologia.

Es que las criptomonedas y la tecnología que logró sintetizar, llegaron para quedarse y aspiran a transformar el circuito monetario, y con él, las relaciones del trabajo y salario, entre otras.

Pero empecemos por lo más básico:

¿Qué es y cómo funciona una criptomoneda?

Cuando el misterioso y desconocido Satoshi Nakamoto decidió crear Bitcoin allá en el año 2008, comenzó un camino de crecimiento exponencial del sector y una batalla entre aficionados a las ciencias duras. Lo cierto es que Satoshi lo creó en base a un concepto que ya existía en seguridad informática pero que no era utilizado de esta manera.

La creación del Bitcoin (y cualquier otra criptomoneda) es básicamente, un algoritmo, una ecuación matemática. Solo eso. Nada más. La información del Bitcoin se va almacenando en una cadena de bloques de información (o por su nombre en inglés, blockchain). Estos bloques se cierran cada 10 minutos y son seguidos por nuevos bloques. Con lo cual alterar uno implica abrir toda la cadena de bloques informativos a posterior. Pero hay más, los bloques se van almacenando en un entramado de computadoras domésticas de usuarios comunes alrededor del mundo, con lo cual si alguien quiere falsificar un dato, no solo debe abrir los bloques posteriores al dato que desea corromper, sino que debería poder acceder a modificar todas las computadoras que participan de la cadena. Algo virtualmente casi imposible. Por este motivo es que las criptomonedas pueden decirse “seguras” en cuanto a su fiabilidad en la información que transportan, y su comercio. Es decir, la información esta doblemente protegida, por un lado la protege toda la información posterior cerrada en bloques, y por otro lado la multiplicidad de computadoras donde esta almacenada, logrando un verdadero laberinto imposible de descifrar.

Para entenderlo con un ejemplo práctico de la realidad, cuando se crea la industria discográfica, los productores de música tenían la vaca atada al vender los discos. Poco a poco con internet, los usuarios empezaron a compartir la música que tenían, al poder digitalizar en diversos formatos de audio las canciones, y esa posibilidad de replicar los archivos provocó, en primer lugar, juiciosa empresas como Napster, y luego, la obligatoriedad de cambiar el modelo de negocios, debido a que internet y los usuarios colaborativos se volvieron una fuerza imposible de derribar. El blockchain vendría a ser un sistema que hace imposible multiplicar una criptomoneda de manera ilegítima. Es decir, si tengo una, no puedo pagar dos veces con esa misma moneda ni puedo duplicarla. El blockchain me lo impediría al pedir información a los participantes de la cadena, los cuales afirmarían que la información es falsa o no coincide con sus bases de datos.

Ahora bien, se dice que, por citar al rey de las criptomonedas, solo puede haber 21 millones de Bitcoins a nivel mundial de los cuales solo circulan 17 millones. ¿Cómo puede ser? La respuesta es simple. El algoritmo madre determina que esa cantidad de 21 millones es el monto máximo que puede crearse. Esa cantidad fue estipulada de manera arbitraria por el creador y estuvo establecida para que el Bitcoin sea un bien escaso, y por ende, no pierda valor. La subsiguiente pregunta es ¿y cómo creamos un Bitcoin? La respuesta a esa pregunta está íntimamente conectada a esta otra: ¿Por qué alguien querría ceder su computadora para participar del blockchain en su casa?

El elemento novedoso que introdujo Satoshi es el hecho de que cada diez minutos todos los nodos de la cadena compiten para cerrar el bloque abierto (y abrir el siguiente). Al nodo que logra cerrar el bloque (evento que requiere resolver un problema matemático complicado) se le autoriza a “emitir” cierta cantidad de Bitcoins. Es decir, una oportunidad se abre: se crea una ecuación matemática, un desafío para aficionados, que debe ser resuelta por la computadora. El que primero logra dar con la respuesta, se hace acreedor de una cierta cantidad de Bitcoin. Por este motivo más y más personas se suman a participar de la cadena de bloques, porque les abre la posibilidad de hacerse de un Bitcoin de manera gratuita solo por resolver dicha ecuación. A esta acción se le denomina popularmente “minar” un Bitcoin, ya que es similar a lo que realiza un minero que va excavando descubriendo metales preciosos en su camino.

Esto vuelve a la cadena de bloques cada vez más plural y por ende, más segura, ya que la información no está monopolizada por una empresa, sino que es democratizada a lo largo y lo ancho del globo.

El Bitcoin no vale por su respaldo, ya que no lo tiene, el Bitcoin tiene valor en tanto y en cuanto haya demanda, y esa demanda la da dos factores: su escasez y la aceptación. En esa batalla ha habido un devenir de empresas que hoy por hoy aceptan el Bitcoin como medio de pago, otras lo aceptaron pero ya no lo hacen más. Esto se debe principalmente al panorama de incertidumbre que presentan además de la volatilidad de su precio. En efecto, al estar ligadas a su demanda, el precio varía todo el tiempo, con caídas y alzas dignas de un elemento financiero de algún país subdesarrollado del sur global.

Hasta este momento parecería un videojuego de aficionados a la informática del cual se puede ganar dinero, no mucho más, pero la cosa comenzó a tomar otro tinte al empezar a crecer. Muchas empresas empezaron a crear sus propias criptomonedas y ya existen cajeros automáticos para comprar y venderlas. La escalada no tuvo freno y ya hoy día se escuchan expertos asegurar que este es el futuro monetario y los bancos centrales deberían pasar sus reservas a criptomonedas.

Llego la hora de analizar los peligros y a fin de no caer en una trampa futura.

Problemas intrínsecos del sistema

Para empezar, el primer peligro es casi obvio: si es tan volátil y depende solo de la demanda y oferta sin respaldo alguno, no parece aconsejable utilizarlo como reserva de valor, ni para un Banco central, ni para ciudadanos comunes que buscan salvaguardar el valor de sus ahorros en economías con alta volatilidad monetaria. El hecho de que no existan reglamentaciones ni garantías hace que las criptomendas no puedan ser una apuesta fuerte y recomendable para sectores que necesitan conservar valor. No se puede apostar las reservas de un banco central al casino, y hoy por hoy las criptomonedas son una apuesta con resultado incierto.

Por otro lado da que pensar un modelo de agotamiento del algoritmo. Si el proceso de “minado” de Bitcoins ya nos dio 17 millones de los mismos, y solo hay 21, esto incentiva a más personas a ser parte de la cadena de bloques, pero ¿qué pasara cuando el último Bitcoin se descubra? Ya no habrá incentivo a seguir participando de la cadena, y más y más usuarios se verán tentados de borrar la información que almacenan en sus máquinas. Solo aquellos que posean Bitcoins querrán seguir participando del blockchain, y a medida que haya menos usuarios, el sistema se volverá cada vez más vulnerable y frágil. Es cierto que por participar de la cadena, se obtiene una ganancia, pero es pequeña comparado con el premio de obtener nuevos bitcoins. Es decir, el incentivo cae dramáticamente. En tenedor de Bitcoins se verá tentado a venderlos para que haya más tenedores de la criptomoneda, y así más interesados en sostener el blockchain. Si hay propietarios de Bitcoins necesitados de vender, el precio sería esperable que tienda a bajar, producto de la propia ley de oferta y demanda. Es solo cuestión de tiempo hasta que la fragilidad del sistema haga desplomar su precio a pesar de ser un bien escaso: al no tener respaldo puede desaparecer en un abrir y cerrar de ojos.

Por lo que puede verse, el sistema si bien sintetiza una tecnología segura y democrática de almacenaje, resulta incierta respecto de su perspectiva futura. El crecimiento del sector podría estar mostrando el oportunismo frente a una burbuja financiera, más que un crecimiento autentico de una nueva industria: la industria de creación de dinero no soberano.

Otro costado de este debate es el efecto ecológico que tiene sobre el mundo, dado que la cantidad de energía que consumen todas las computadoras que sostienen el blockchain gasta a nivel global la misma energía que demanda Bélgica. Hace pensar que ocurra si más y más criptomonedas entran en circulación y comenzamos a generar blockchain para la tenencia de criptovalor (que explicaremos después). ¿Qué efecto tendrá esto sobre la ecología mundial?

Política, dinero y fiscalidad

Pero, ¿es sólo un debate de activos financieros inestables? La realidad es que este activo se ha metido en la política internacional hasta los huesos. Países como China, India y Venezuela persiguen a los “mineros” de criptomonedas en sus territorios y el hardware con el que trabajan les es confiscado, si es que no terminan presos. Las criptomonedas son una forma de ganas dinero de manera anónima y configurar la resistencia virtual a la moneda local y al régimen de turno. Si las criptomonedas comenzaran a crecer en estos sistemas, lograrían financiar de manera anónima campañas contra el gobierno, además de configurar una competencia a la moneda local en cuanto a reserva de valor. En economías volátiles, como la venezolana, con altas tasas de inflación, y control de cambios, la criptomoneda representa una capacidad de ahorro más estable, y por ende genera caída en la demanda de dinero, y por ende, más inflación.

Es que constituye un dato no menor su anonimato. No se conocen los nombres de los propietarios, sino que están a nombre de una billetera virtual creada para tal fin. Esto provoca que sea un nuevo escape para el lavado de dinero proveniente de negocios ilegales como el narcotráfico. A su vez, por ser una moneda global, no tiene jurisdicción, por lo que no está sujeto a impuestos y reglamentaciones de ningún tipo, prestándose a ser una nueva y mejorado paraíso fiscal en la esfera virtual. Este punto es tan importante, que recientemente el precio del Bitcoin no ha dejado de caer, en gran medida porque se anunció que en breve, la organización empezaría a pedir datos personales de los dueños y tenedores de Bitcoins alrededor del mundo. El precio ha caído un 65% solo por haber anunciado esta posibilidad.

Toda esta masa de dinero se conecta con el sistema financiero a través de los portales que ya lo usan para consumo como medio de pago. Probablemente empezar a tasar las compras realizadas con Bitcoins, sea una medida sensata.

Pero la otra arista de esto, se puede ver en Wikileaks, empresa en gran medida financiada a través de criptomonedas. Es que su anonimato hace que se vuelva atractivo a la hora de filtrar información sensible para los gobiernos sin que se sepa quién cooperó para semejante emprendimiento.

Así, las criptomonedas se han sabido meter en conspiraciones y la cara más oculta de la economía: la ilegalidad.

La pregunta del criptovalor y el futuro del trabajo

Lo cierto es que la idea del blockchain nos ha abierto un mundo de posibilidades al traer un sistema 100% seguro de almacenamiento de datos sin que pertenezcan a ninguna compañía trasnacional, sino que están en dominio de todos y todas. No solo criptomonedas pueden ser seguramente almacenadas mediante este sistema, sino que títulos de propiedad física y cualquier otra tenencia de propiedad privada, puede ser salvaguardada con un blockchain. Esto volvería los procesos estatales de registro menos burocráticos y más seguros, eliminando papeles e intermediarios, a la vez que sería más sencillo cobrar impuestos por los mismos.

Esto abre un mundo de oportunidades para los sistemas de propiedad privada y al mundo del trabajo en general. En efecto, si los robots reemplazaran el trabajo humano, y generar criptomonedas es las finanzas del futuro, bien se puede pensar en un mundo donde el trabajo no sea más como lo conocemos, sino que simplemente sean los seres humanos generando criptovalores en la web que le permitan comprarle bienes y servicios a los robots y la inteligencia artificial. ¿Cómo funciona esto? Pues simple. Supongamos que existiera un criptovalor de salud, y que todos tengamos pulseras que monitorean nuestro estado físico y nos otorguen “criptovalores” por alcanzar determinados estándares de pulsaciones, glucosa, y colesterol por decir algo. Ahí mi “empleo” resultaría en ser una persona saludable y con ese valor que genero, compro lo que preciso para subsistir. Lo mismo puede hacerse con la educación, la filantropía, el arte y cualquier otro valor que la sociedad considere que es valioso para la comunidad. Se generarían blockchains con almacenaje de información de criptovalores basados en valores socialmente aceptados.

Este esquema que ya está en la cabeza de los utópicos tecnológicos, no hace más que reforzar las desigualdades existentes en la sociedad. ¿Cómo pedirle a una persona de bajos recursos que su trabajo sea ser saludable y culto por si solo? ¿No corren las personas más acomodadas de la sociedad con más ventaja que el resto, una vez más? Y ¿quién determina esos valores sociales? ¿Bajo qué estándar determinamos que esto es un criptovalor y esto otro no? Corremos riesgo de tener sociedades con una escala de valores única que sea incentivada por el afán de lucro y la avaricia, además de profundizar las desigualdades existentes. En este esquema económica, claramente el movimiento sindical esta en jaque. Solo es cuestión de que no sea aceptada la solidaridad como un criptovalor social para que esta desaparezca, al no dejar rédito económico alguno. ¿Pasará, bajo esta lógica, el movimiento sindical a la clandestinidad, siendo un valor de protección para los que quedaron fuera del sistema producto de las profundas desigualdades sociales?

Todo es posible, todo es imaginable, nada es concreto aun. Lo cierto es que el día que se creó el Bitcoin un mundo de posibilidades se abrió ante los ojos de los técnicos, para luego ir de a poco permeando en nuestras sociedades.

El camino es largo y, aun, incierto. Pero más análisis y , sobre todo desde las ciencias sociales para determinar las oportunidades y potenciales peligros, y así, construir sociedades más justas.

________________________

Sofia Scasserra es Investigadora y Docente en el Instituto del Mundo del Trabajo Julio Godio-UNTREF, Asesora en Temas Económicos y de Comercio Internacional en la FAECYS – UNI Américas. Twitter: @SofiaScasserra.

Compartir: