Por Víctor Báez
Dos hechos políticos que han producido honda impresión en las Américas en las últimas semanas han sido la vuelta de la Argentina a la tutela del FMI, después de una crisis económica externa arrasadora y la victoria contundente de Andrés Manuel López Obrador y su alianza política en las elecciones mexicanas para presidente y parlamento, contra los dos partidos tradicionales neoliberales, el PRI y el PAN. Son nuevas señales de que no hay un proyecto neoliberal con empuje hegemónico en la región y de que están abiertas oportunidades para nuevas experiencias progresistas que deben proponerse superar los impasses de las que han hecho crisis.
Desde abril pasado Argentina sufrió una corrida cambiaria que hizo debilitar su moneda que pasó de una tasa de alrededor 20 pesos por dólar a casi 30. El gobierno argentino afirmó que no controlaba el valor internacional de la moneda nacional, sin embargo, gastó más de 13.000 millones de dólares tratando infructuosamente de contener la devaluación.
Al contrario de lo que sus funcionarios del área económica habían dicho meses atrás, Macri se apresuró a buscar la ayuda del FMI. El auxilio fue recientemente pactado, bajo las exigencias del Fondo. Y éstas profundizan algunos de los factores que colocaron al país en la crisis, aunque ahora con el “respaldo” de hasta más de 50 mil millones de dólares que el FMI se ha comprometido a poner a disposición de Argentina en caso lo necesite, siempre y cuando haya cumplido con sus exigencias, según monitoreo diario y revisiones trimestrales.
Pero como entre el “modelo Macri” para la economía y las recetas del FMI no hay divergencias profundas, el saldo neto de todo eso ya está siendo que las divisas recibidas gracias al acuerdo sirven para pagar acreedores y las nuevas fugas de capitales a expensas de aumentar el endeudamiento del país. Es decir, un camino que nada más atrasa el colapso de la economía, mientras alimenta los circuitos especulativos que esperan lucrar al tope.
Si se quería enfrentar la crisis, el rumbo hubiera sido diferente. Hubiera comenzado atacando aquello que llevó al impasse. Cuando Macri asumió, en diciembre de 2015, implementó una serie de medidas que restaron dólares al país, disminuyeron la recaudación fiscal del gobierno, ampliaron las importaciones afectando la producción nacional, dieron amplia libertad a la entrada y salida de capitales especulativos, entre otras. Todas ellas redujeron la capacidad argentina de enfrentar el escenario externo – marcado por la guerra comercial desatada por Trump y la turbulencia provocada por el fin de las medidas de estímulo monetario que llevaron a aumentar las tasas de interés en el capitalismo del Norte – y de cumplir con las obligaciones internas del gobierno.
El marketing del gobierno argentino se centró en que las cuentas se saldarían con una lluvia de inversiones extranjeras, atraídas por los buenos negocios en el país. Pero ellas no llegaron y fueron substituidas por un alocado proceso de endeudamiento internacional. El resultado fue que no solo no llovieron las inversiones, sino que también los mercados de crédito se hicieron prohibitivos. Después de alguna recuperación de la “confianza” (en que el país y el gobierno podrán pagar a sus acreedores gracias al FMI), el problema volverá a plantearse con una dimensión aún mayor.
Si cuando asumió la presidencia favoreció a los grandes capitales – con la baja de retenciones a los mega exportadores agrícolas y mineros, con el aumento de las tarifas públicas que recaudan las empresas privadas de servicios públicos, con el aumento del precio de los alimentos, con la liberación a los exportadores de la obligación de traer de inmediato las divisas al país permitiéndoles especular con la tasa de cambio, con la liberalización de la entrada y salida de capitales especulativos – ahora, en la crisis, las medidas que se van a tomar evitan que el ajuste se dé sobre los sectores privilegiados: es el pueblo argentino quien va a pagar la cuenta!
La crisis de abril no fue una torpeza de alguien en el equipo económico que no supo gestionar el mercado cambiario. Fue resultado de su proyecto gubernamental. Para los capitales, la economía del país está para ser exprimida y transformada en lucros privados para una minoría, no para dar bienestar a la población, ni priorizar a los más pobres y marginalizados.
Ahora, a fines de julio, el gobierno plantea devolver a las Fuerzas Armadas el papel de intervención en la seguridad interna, en una doctrina que llevó el siglo pasado a varias dictaduras, incluida la última de 1976-1983 que sumergió al país en el genocidio. Definitivamente los neoliberales – aun los que como Macri se han vendido como democráticos – no toleran el disenso en la sociedad. En vez de buscar reorientar su gobierno, prepara más represión que la que hemos visto en las calles en los últimos meses a cada medida antipopular que tomó su gobierno.
Este fracaso del gobierno en Argentina y de la élite brasileña que no suelta a Lula de la prisión porque no puede competir con él democráticamente, es señal inequívoca de que las fuerzas neoliberales no tienen un proyecto democrático hegemónico y no muestran nada nuevo. No ofrecen algo diferente a lo que ya fracasó en los años del auge neoliberal en la década de 1990.
Para afianzar nuestra tesis, en México, décadas de neoliberalismo acabaron de tener un colapso político con la victoria de la candidatura progresista de Andrés Manuel López Obrador y el tsunami de votos de oposición para el congreso.
El elevado nivel de acatamiento de la última huelga en Argentina, a la cual se sumaron otros sectores del pueblo y hasta de la pequeña y mediana empresa, la permanencia de Lula como líder de las encuestas para las próximas elecciones brasileñas, aun estando preso y la arrolladora victoria en las urnas de Andrés Manuel López Obrador señalan que el modelo neoliberal imperante, aunque vigente, tiene serios desgastes y una creciente resistencia de más y más sectores en cada vez más países. Eso no redundará en otra cosa que en más represiones para que las élites mantengan sus privilegios. Pero eso presagia también más luchas por profundizar la democracia y la igualdad en nuestras sociedades.
Todo indica que necesitamos, más que nunca, que el sindicalismo de las Américas pase a la ofensiva, en alianza con sectores sociales y políticos progresistas.